En la ciudad de Málaga, en España, beato Juan Nepomuceno Zegri y Moreno, presbítero, que consagró su vida en el ministerio al servicio de la Iglesia y de las almas, y, para procurar mejor la gloria de Dios Padre en Cristo, fundó la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Santísima Virgen María de la Merced.
Celebración | 17 de marzo Santos del día |
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Nombre |
Juan Nepomuceno es un nombre de hombre.
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Nacimiento | el 1831 en Granada en la actual España Santos nacidos en España |
Muerte | el año 1905 en Málaga en la actual España Santos fallecidos en España |
Proceso |
Beatificado el año 2003
por el papa Juan Pablo II
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Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, Fundador de la Congregación religiosa de las Hermanas Mercedarias de la Caridad, nace en Granada, el 11 de octubre de 1831, en el seno de una familia cristiana. Sus padres, don Antonio Zegrí Martín y doña Josefa Moreno Escudero, le propician una esmerada y cuidada educación. Forjan su rica personalidad en los valores humano/evangélicos. Desde niño se distingue por su elegancia natural y por su gran amor a Jesús y a la Virgen. Destaca siempre por su inteligencia, pues en todos los estudios que cursa, saca las máximas calificaciones, pero, sobre todo, por su rica personalidad y por la rectitud de conciencia y vivencia de los valores cristianos.
Realiza estudios de humanidades y de jurisprudencia, así como de teología. De joven, es inquieto. Un eterno buceador del misterio del amor de Dios. Busca a Dios en todos los caminos, vive una intensa acción social y se siente interpelado por todas aquellas personas que no han tenido, como él, tantas posibilidades. Se despierta en él la piedad y un intenso deseo de dedicar toda su vida al Señor y a los pobres. Es un joven jovial, desprendido, generoso y disponible, pero, sobre todo, es responsable y muy humano. Experimenta la misericordia de Dios hasta tal punto, que decide entregarse a los demás como testigo de la misericordia de Dios. La misericordia es para él la quintaesencia de la caridad. La reviste de todas las virtudes humanas que la hacen entrañable y cercana, potenciadora de vida y camino de dignificación de los seres humanos menos favorecidos. La afabilidad, la dulzura, la comprensión y la ternura son gestos habituales en sus relaciones de encuentro humano, sobre todo con los más pobres y humildes.
Dios Padre, que elige a los que quiere para realizar sus grandes obras, le llama, por vocación, a participar del sacerdocio de Jesucristo para servir a los seres humanos el Evangelio de la caridad redentora. Cursa sus estudios en el Seminario de San Dionisio de Granada, y es ordenado sacerdote en la catedral de esa misma ciudad, el día 2 de junio de 1855. Ser sacerdote de Jesucristo es su gran vocación, de tal manera que estaba dispuesto a los mayores sacrificios, con tal de realizar este sueño, alimentado desde su temprana juventud.
Trabaja como párroco en las parroquias de Huétor Santillán y de San Gabriel de Loja (Granada). En ambas desarrolla su vocación de pastor, a ejemplo del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas. Cuando toma posesión de una de estas parroquias, en un sermón bellísimo, pues tiene facilidad de palabra, hondura de pensamiento y calidad de vida cristiana, manifiesta lo que quiere ser para los demás desde la vocación que ha recibido: como buen pastor, correr tras las ovejas descarriadas; como médico, curar los corazones enfermos a causa de la culpa y derramar sobre todos la esperanza; como padre, ser la providencia visible para todos aquellos que, gimiendo en la orfandad, beben el cáliz de la amargura y se alimentan con el pan de la tribulación
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Su vida sacerdotal está presidida por una profunda experiencia de Dios; un profundo amor a Jesucristo Redentor, con quien se configura día a día, siendo dócil al Espíritu, aprendiendo desde el sufrimiento la obediencia; un gran amor a María, su sin igual Madre y protectora; una vida intensa de oración, fuente de caridad; una pasión grande por el Reino en sus pobres, y un intenso amor a la Iglesia, viviendo la comunión con ella a pesar de la oscuridad de la fe y de los sufrimientos que le llegan desde el seno de la misma Iglesia.
Juan Nepomuceno Zegrí es un evangelizador infatigable. Le gusta orar, reflexionar y escribir sus sermones. Lo que anuncia a los demás es orado intensamente primero, y proclama la experiencia que está en el centro de su corazón, inflamado por el amor de Dios. Proclama lo que cree. Su palabra invita a todos a vivir la vida cristiana con radicalidad y los sagrados vínculos de la religión. Toda su vida es Eucaristía, pan partido para ser comido; celebración del amor de Dios en la entrega de su propia existencia. Y es, también, reconciliación. Celebra el sacramento del perdón haciéndose perdón, misericordia y compasión para todos, especialmente para sus enemigos y para aquellos que le calumniaron.
Ostenta cargos importantes, pero él vive la maravillosa humildad de Dios, revelada en el himno de la carta a los Filipenses 2,5. Es examinador sinodal en las diócesis de Granada, Jaén y Orihuela; juez sinodal y secretario en oposiciones a curatos, en la diócesis de Málaga, donde llega en mayo de 1869, requerido por su amigo Don Esteban José Pérez y Martínez Fernández; Canónigo de la catedral de Málaga y visitador de religiosas. También llega a ser formador de seminaristas, predicador de su Majestad la Reina, Isabel II, y capellán real.
El sacerdote Juan Nepomuceno, impactado por los problemas sociales y por las necesidades de los más desfavorecidos, se siente llamado a fundar una Congregación religiosa para liberar a los seres humanos de sus esclavitudes. La funda bajo la protección e inspiración de María de la Merced, la peregrina humilde de la gratuidad de Dios, en Málaga, el 16 de marzo de 1878. El fin: Practicar todas las obras de misericordia espirituales y corporales en la persona de los pobres, pidiendo a las religiosas que todo cuanto hagan sea en bien de la humanidad, en Dios, por Dios y para Dios. La Congregación, en pocos años, se extiende por muchas diócesis españolas bajo la exigencia de la dinamicidad de su inspiración carismática: Curar todas las llagas, remediar todos los males, calmar todos los pesares, desterrar todas las necesidades, enjugar todas las lágrimas, no dejar, si posible fuera en todo el mundo, un solo ser abandonado, afligido, desamparado, sin educación religiosa y sin recursos. El P. Zegrí, inflamado en el amor de Dios, llegó a decir que la caridad es la respuesta a los grandes problemas y a los eternos interrogantes de los seres humanos, y que no concluirá mientras haya un solo dolor que curar, una sola desgracia que consolar, una sola esperanza que derramar en los corazones ulcerados; mientras haya regiones lejanas que evangelizar, sudores que verter y sangre que derramar para fecundar las almas y engendrar la verdad en la tierra
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Juan N. Zegrí se adelanta a los signos de los tiempos en el ejercicio de la caridad redentora integral, pues su preocupación es cambiar las estructuras sociales y políticas, para garantizar la liberación auténtica de los seres humanos menos favorecidos. Él piensa que la caridad es la respuesta y la única solución al problema social, puesto que en su esfera de acción se enlazan y armonizan los estudios políticos y económicos. Por tanto, la humanización a todos los niveles es, en el ejercicio de la caridad redentora, una exigencia de su acción evangelizadora. Exigencia que comunicará a las hermanas de la Congregación que funda.
Elabora una rica espiritualidad en la que hoy bebemos las religiosas, los Mercedarios de la Caridad y tantas personas laicas que, impactadas por su vida, quieren hacer camino de vida cristiana desde su inspiración carismática. Los ejes fundamentales de la misma son:
¡Oh, Yahvéh, mira y escucha el clamor de tu pueblo y baja a liberarlo!(cf. Ex 7,3).